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dilluns, 2 de desembre del 2013

MANIFIESTO DEL
GRUPO DE TRABAJO SOBRE DISCAPACIDAD ISONOMIA
3 de diciembre de 2013
Día Internacional de las Personas con Discapacidad
Las palabras hablan del mundo. Más aún, las palabras hacen el mundo en que vivimos. Como decía no recordamos quien, los límites de su mundo eran los límites de su lenguaje. No existe, para los humanos, un mundo sin palabras: pronunciadas, firmadas o dibujadas. Palabras como libertad, como igualdad, como fraternidad condujeron al mundo a la Era Contemporánea. No existen las palabras importantes “neutrales”. Cuando expresamos una palabra nos comprometemos con su significado; si cambiamos la palabra, cambiamos el compromiso.
A lo largo de décadas hemos visto como las palabras que se referían a nosotros y a nosotras iban cambiando. Hemos creído con fuerza que iban evolucionando, de una manera que hacía irreversible el cambio que acompañaba a la palabra. La visión que el mundo iba teniendo de los problemas que nos afectaban iba cambiando con cada nueva palabra que se introducía.
El mundo fue abandonando aquel concepto tan duro con el que nos señalaban antes para incorporar el de minusválidos en la LISMI de 1982, una de tantas leyes que han quedado en el camino, sin desarrollarse como se debía. Después nos dimos cuenta de que nuestro valor era como el de cualquier otra persona. Apareció el concepto de discapacidad, substantivando a la persona «portadora del déficit». Últimamente hemos descubierto que la «discapacidad» no la lleva la persona, sino que aparece por una falta de adecuación del entorno a las necesidades de muchas personas.
Hace cinco años el Estado Español firmó la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, asumiendo este concepto como transitorio y que designa, efectivamente, a las personas que, «al interactuar con diversas barreras, tienen impedimentos para participar plenamente y efectivamente en la sociedad, en igualdad de condiciones con las otras». Y esto lo indica el artículo 1.
Hace poco escuchamos a uno de los ministros con más peso en el Gobierno volver a usar la palabra minusválido, la cual queda claramente obsoleta precisamente por su significación «de incompetencia o menor valía para la participación social», olvidando –queremos imaginar que involuntariamente- que si nuestra participación social se ve menguada es, precisamente, por el regreso de las barreras que nos impiden esa participación.
Barreras siempre han existido, ¡es cierto! Y cuando más atrás miramos, de más grandes vemos. Pero también es cierto que habíamos llegado a creer que aquellos conceptos de libertad, igualdad y fraternidad, que se habían expresado con vocación de cambiar la Historia, al fin se llegaban a universalizar. Parecía que conforme íbamos avanzando en el tiempo, las barreras iban derrumbándose gracias al aumento de la sensibilidad –ganada con nuestra lucha- de la sociedad. Pensábamos también que, en esta historia, el personal político escuchaba la sensibilidad de la ciudadanía.
Las palabras no son inocuas. Hacen bien o hacen mal. Perpetúan imágenes negativas de aquellas personas a quienes se refieren y las estigmatizan o, por el contrario, reconocen sus derechos y se comprometen con ellas.
Nadie hemos elegido las barreras con las cuales nos encontramos. Pero el hecho es que las tenemos. Y el hecho de tenerlas nos obliga a intentar derrocarlas. La comunidad internacional, mediante la Convención, y el Estado del cual somos ciudadanas y ciudadanos, en firmarla, nos ha reconocido el derecho a derrumbarlas. No nos vale, pues, ahora, que nos digan que esto era antes; que, de pronto, nos hemos convertido en “un gasto social” que hace falta minimizar. Otro ejemplo –¡y ya van no sabemos cuántos!- de cómo se nos considera a las personas con diversidad funcional desde la política, es el Decreto del 2 de agosto del presente año, de la Conselleria de Bienestar Social, en el cual se incrementan las cantidades económicas que se tienen que aportar para poder recibir servicios que nos deberían corresponder por el simple hecho de ser ciudadanos y ciudadanas y pagar impuestos. En el caso de aquellas personas que forzosamente deben vivir en residencias, esta “aportación” puede llegar a dejarlas con tan solo 101€ disponibles en sus bolsillos para pasar el mes. Es decir, con estos 101€ tendrán que pagarse la ropa, las reparaciones de las ayudas técnicas personales, así como aquellas pequeñas cosas que ayudan a mantener la ilusión de que nuestra vida es tan digna como la de cualquier otra persona. Ahora, dudamos mucho que con esta cantidad se puedan comprar la ropa que les gusta, seguir yendo al cine, tomarse un refresco, practicar un deporte adaptado o, de vez en cuando, ir al fútbol. Además, parece toda una tomadura de pelo que, por las mismas fechas en que se certificaba nuestra ruina económica y se nos asfixiaba socialmente, la misma Conselleria publicaba normas para el desarrollo del Plan contra la Exclusión Social, previsto para el trienio 2011-2013. ¿Será cuestión de ineptitud o es pura y dura hipocresía?
Quizás vivimos en una realidad perversa: mientras el número de personas que debemos luchar para tumbar las barreras crece, las políticas que deben amparar nuestros derechos nos recortan nuestra capacidad de supervivencia. Y la palabra supervivencia no la hemos escrito sin querer: el riesgo de empobrecimiento que estamos sufriendo crece a pasos agigantados. Estamos en peligro y, por lo tanto, no consentiremos que los y las responsables pasen por nuestro lado, con las manos en los bolsillos, como si nada de esto fuera con ellos y ellas.
El sector presupuestario que tendría que ocuparse de defender nuestros derechos ha sido recortado entre un 60 y un 70%. Programas de rehabilitación y de empleo han sido reducidos hasta, en algunos casos, desaparecer por completo: no hay presupuesto, dicen. Mientras tanto, se perdonan las deudas de la banca, suben los sueldos de toda clase de personal político y sicarios mediáticos, aumenta el presupuesto de Defensa y las asignaciones a los partidos políticos. ¡No lo entendemos! Alguien nos lo tendría que explicar.
Y aún quisiéramos que nuestro clamor sonara más fuerte cuando hablamos de la infancia. Nuestro colectivo está pasándolas duras, ¿quien lo negará? Pero las barreras que se levantan ante los niños y las niñas con discapacidades todavía son más altas: son criaturas más indefensas y su voz es más débil. ¡El golpe que están recibiendo es tremendo! No solo en educación –el espacio natural de las generaciones pequeñas y donde se les están escatimando los mínimos para su inclusión-, sino especialmente en los espacios de ocio y el ámbito de la salud. Hace no demasiados años sentíamos la obligación de mostrar solidaridad con la infancia del denominado Tercer Mundo, los países empobrecidos por el imperialismo capitalista más salvaje; hoy, es una triste realidad que también debemos volcar nuestra solidaridad y nuestro compromiso más firme con las niñas y los niños que tenemos muy cerca que ven ferozmente amenazada, no ya su felicidad y su dignidad –dos de los derechos humanos más innegables a la infancia-, sino como decíamos antes, su propia supervivencia.
Hoy celebramos nuestra conciencia, nuestras ganas de que nuestras palabras resuenen. Con signos manuales, con imágenes o con voz hace falta que nos hagamos oír. El silencio y la invisibilidad raramente son buenos compañeros de viaje por vivir una vida castigada. Hace falta que hablemos, que escribamos, que dialoguemos, que protestemos. De DERECHOS –sí, en mayúsculas-, y de política, y de independencia personal, y de nuestras ciudades, de nuestras escuelas, de nuestros espacios de ocio, de nuestras viviendas, de nuestra sexualidad. Sí, también de nuestro derecho a ser vistos como seres sexuales.
Nuestra verdad vale tanto como la de cualquier otra persona (no es en ningún caso “minusválida”). Por lo tanto, luchar por la palabra, por el derecho a gritar, por el derecho a decir «ladrón» o «asesina» a quien se comporta como tal, y decir «amigo» y «amiga», «querido» y «querida» a quien lo es, es la manera por la cual optamos hoy para decir que: 
"Todas las personas somos diferentes.
 Todas las personas somos iguales"